La (blah, blah, blah) El Viaje a Vancouver (parte 3)
En la estación de camiones de Bellingham tuve que conversar por varios minutos con la gente que estaba ahí hasta que descubrí que el siguiente camión Bellingham-Vancouver (incluyendo por supuesto otro intento de cruzar la frontera... escalofrío) llegaría a la estación a las 12:30am. Pero la estación cerraba sus puertas a las 9:00pm.
-"Si no quieres gastar en un hotel, tu mejor opción es el
Arrowhead, un bar que cierra como a las 4 de la mañana," sugirió el oficial de seguridad, a punto de echar candado a las puertas. Claro que dijo esto después de poner en duda la existencia de un cibercafé abierto a esas horas en un Lunes de invierno (por acá se acostumbra que los negocios estén abiertos más horas en el verano), tratando de tomar mis esperanzas por el cuello y lanzarlas por una ventana.
Pero mis esperanzas lograron esquivar al oficial, y aunque pedí un taxi por teléfono solicitando ser llevado a un hotel, lo primero que le dije al taxista fue: "¿Sabes de algún lugar donde pueda echar mano de una computadora conectada a Internet a estas horas?" Respondió afirmativamente, aclarando que es un bar abierto las 24 horas, que además tiene computadoras. Así pues, le pedí que me llevara primero a un cajero, luego a éste café, y le dejé una buena propina.
Después de tanta gente que dudaba de que hubiera un cibercafé en Bellingham a las 9pm, ¡mira que venirme a topar con un taxista que sí supo! Ah, sí, soy católico.
El café se llamaba... (levanto una ceja, volteo los ojos ligeramente hacia la derecha y arriba... no), no me acuerdo. Hora de revisar los recibos. (Pasan un par de minutos revisando los contenidos de mi siempre fiel mochila J.Waltson).
Vaya, definitivamente jamás me detuve a ver el nombre del café, porque ni siquiera en este momento en que estoy viendo el recibo que lee "Horseshoe Cafe" me resulta familiar. Pero pues ése es su nombre. Lo que sí recordaba era que el recibo también decía el nombre del mesero, "Served by KellyG", y lo recuerdo muy bien porque era bien gay. Bueno, también fue un buen mesero.
El Horseshoe Cafe tenía buena pinta, como esos restaurantes de comida corrida, pero no me detuve a admirar el decorado. En cuando entré ví una barra como de bar, pero tenía varias máquinas encima. Máquinas de lotería, de cigarros, y supongo que algunas otras chucherías; una vez más, no les puse mucha atención porque las primeras dos máquinas eran computadoras cuyos monitores funcionaban con monedas: un dólar por siete minutos. Me senté, eché mi dólar, fuí directo a la página donde podría comprar un boleto de avión; seleccioné mi origen, mi destino, mi fecha; click aquí, click allá; corroboré precios, fechas y horas; eché un vistazo al reloj del monitor. Me quedaban dos minut-- un minuto. Eché otro dólar. Tecleé mis datos. Comprar. Imprimir. Tomé mis hojas de la impresora, sorprendido de no tener que pagar nada para iniciar la impresión. Recorrí con la mirada el lugar, buscando un letrero que dijera a cuánto la hoja: nada. Que buena onda. Regresé a mi asiento. Cerrar.
Todavía quedaban 5 minutos cuando me levanté de la computadora, contento de a) tener mi boleto de avión, y b) tener el efectivo requerido. Como era muy temprano para regresar a la central de camiones, especialmente teniendo que esperar mi camión expuesto a la intemperie invernal, tranquilamente me senté en una de las mesas del Horseshoe y le pedí a Kelly un capuchino y unos nachos.
Ahora sí me detuve a ver el decorado; tenía casi dos horas por quemar antes de regresar (a pie) a la central, pues había decidido salir del centro de Bellingham (donde me encontraba de nuevo) y empezar mi caminata a las 11pm, pa' no errarle. Se veía bien, aunque era obvio que no era un lugar para la
jai sosaieti. Me pareció curioso que el taxista dijera que era un bar, cuando yo sólo veía un mono restaurancito. Pero luego me di cuenta que el local era de hecho el doble de grande de lo que aparentaba, y por la parte del café había un par de puertas que lo llevaban a uno a la otra parte, si esa fuera la intención de uno. Esa otra parte era el bar, como pude imaginar (mas no confirmar, no estaba de humor) al pasar cerca de una de las puertas y oír el griterío y algún tipo de música a todo volumen.
No realmente inspirado en la infinita paciencia de los monjes budistas (después de todo, soy católico), traté de tomar mi capuchino con suma lentintud. No puedo decir que los nachos corrieron con la misma suerte (después de todo, en mis tiempos libres, como en los de angustia, me gusta comer), los engullí con alacridad de miedo. Curioso como en el mismo pueblo disfruté de una excelente comida con el mejor de los humores, para luego cenar unos simples nachos con una carota (después de todo, aún con los requisitos en la mano, el cruce podía resultar complejo). Pude haber jugado con mi GameBoy en el Horseshoe, o por lo menos me pude haber sentido en ese humor, pero no jugué porque no me pareció que sería bien visto en un verdadero café/bar como éste, por lo que leí durante una buena cantidad de tiempo (después de todo... er... hm... bah, ¿qué importa? Nadie lee lo que está entre paréntesis de todos modos).
Se llegó la hora en que tenía que irme, y pagué, caminé, y esperé mi camión sin ningún contratiempo. Eso si no cuentas el frío como contratiempo. No puedo quejarme, la temperatura habría estado a unos 4 grados sobre cero, ciertamente nada comparado con lo que me tocaba soportar todos los días en Edmonton, pero era incómodo de cualquier forma. Mi camión llegó y confirmé con el chofer que efectivamente fuera el camión que me llevaría a mi destino. Le mostré mi boleto, lo tomó, y me dijo que me podía sentar donde quisiera, que partiríamos en un par de minutos.
Ahí iba otra vez, a la frontera USA-Canadá. Tenía mis dudas, pero también tenía algo de confianza en que traía los requisitos. Y también llevaba otro tipo de confianza; no podía dejar de pensar que un chofer me regresó mi boleto, otro no me lo pidió, otro supo donde encontrar un cibercafé, y el último no hizo nada extraordinario, pero fue el que me llevó derechito a Vancouver.
¿Esos momentos en los que uno se acuerda que es católico? Ajá.