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lunes, marzo 07, 2005
La odisea comúnmente conocida como El Viaje a Vancouver (parte 2)
Así es, la Oficina de Immigración Canadiense me dijo, "No pasas. Ahí nos saludas a los gringos." Y yo dije: "¿Qué?" Y procedieron a repetirme la negación, sin inmutarse siquiera.

- "Si regresas mañana con $500 dólares en efectivo, y un boleto de avión que demuestre que vas a salir del país antes del 26 de Febrero, es probable que te dejemos pasar."

- "¿Y si regreso hoy mismo con todo eso?" inquirí desafiante.

La oficial me apuñalo un par de veces - una con cada azulado ojo - y me replico con sorna: "Si puedes conseguir eso este mismo día, adelante."

Ya eran las seis de la tarde, y a esas latitudes en cualquier dia de invierno ya no hay luz de sol; yo debería estar en Vancouver, pero en vez de eso me encontraba cruzando un par de calles para pasar del lado canadiense al estadounidense de la zona. Mi esperanza era llegar al poblado más cercano (Blaine, Washington) para encontrar un cibercafé y un cajero automático.

(Nota sobre la frontera USA-Canadá: Por lo menos la que a mí me tocó, es totalmente diferente a las diversas fronteras USA-México que conozco. La unica parte que sí era muy familiar era donde revisaban los trailers. No podría explicar con mas detalle cómo es la frontera, lo único que se me ocurre decir al respecto es que es mucho más... abierta, supongo.)

Llegué a las oficinas de immigración estadounidense (lo cual me hizo sentir que las calles que crucé eran un como limbo entre las naciones) y les expliqué mi dilema y mi plan. Las carcajadas de los oficiales ante el prospecto de encontrar un cibercafé en Blaine me dolieron un poquito menos que el prospecto de tener que regresar a Bellingham y esperar al siguiente día, pero pues no había remedio; hora del Plan B.

El Plan B consistía en lo mismo que el Plan A (encontrar un cibercafé y un cajero automático en el poblado más cercano), sólo que el poblado más cercano tuvo que cambiarse por Bellingham. Por los comentarios de los oficiales gringos, parecía probable que ni allí encontraría dichos sellos de modernidad computarizada, sin embargo tenía que intentarlo. Afortunadamente, el chofer del camión que me iba a llevar de Bellingham a Vancouver, al enterarse de mi no ingreso amablemente me regresó mi boleto, y me dijo que el siguiente camión de regreso llegaría a las oficinas gringas como a las 7:30pm. Esa fue la hora y media más larga de mi vida.

A las afueras del lado estadounidense de las oficinas de immigración del mismo país, esperé y esperé a que el camion que me llevaría a Bellingham llegara. Y luego esperé un poco más. Intenté sentarme un rato, y lo logré con cierto grado de éxito: unos 10 minutos, más o menos. Caminé como león enjaulado durante más de una hora, solo que estoy seguro que un león lo habría hecho con mayor gracia. A ratos me sentaba otra vez, pero nunca logré superar mi marca inicial, ni siquiera un cuarto de ella. También intenté leer; tengo desde hace rato la costumbre de siempre (o casi siempre) llevar conmigo un libro y mi GameBoy con un par de juegos, y aunque logré leer un par de páginas, en el estado emocional en el que estaba simplemente no pude ni siquiera voltear a ver mis juegos. Obviamente, en momentos como éstos cualquiera se acuerda que es católico.

Era tanto mi vagabundear, aún tratando de mantenerme en una área reducida para no distraer a los agentes norteamericanos, que varias veces alguno de éstos me echaba un grito, preguntándome que de qué la pintaba. Mis respuestas siempre los satisfacían, y con igual frecuencia se retiraban sugiriéndome que quedara quieto.

El camión llegó (¡por fín!) y después de unos minutos, sus ocupantes fueron admitidos a los Estados Unidos de América, y el chofer se dispuso a partir; pero se dió cuenta que yo estaba ahí:

- "No te dejaron, ¿eh? Bah, no te preocupes, súbete. ¿Vas a Seattle?"

Así de fácil. No me pidió boleto (que yo ciertamente llevaba en mi mochila), ni dinero, ni nada. Presintiendo que esto era un buen augurio (para variar), y con un poco de optimismo empezando a colarse entre los recobecos de mi apachurrado humor, alcancé a responder: "No, señor. Nomas a Bellingham. ¡Gracias!"
 
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Nombre: Alejandro Moreno
Ubicación: Edmonton, Alberta, Canada

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